viernes, 11 de noviembre de 2016

De cómo el progre multicultural mató al obrero socialista (parte 2)

Érase una vez, había un pastor que cuidaba unas ovejas. Su nombre era Pedro, Pedro el Políticamente Correcto, y él tenía por misión muy importante: evitar que nadie abusara ni maltratara a sus ovejas, miembros más débiles del rebaño social.

Esta imagen gana enteros si la ves con esta música de fondo

Estaba un día cuidando de ellas, cuando de pronto empezó a gritar "¡Socorro! ¡Islamofobia, islamofobia, socorro!". Y los aldeanos corrieron en su auxilio, pero al final resultó que sólo había gente criticando a la misoginia endémica y la opresión religiosa del  mundo musulmán. Los aldeanos se sintieron dolidos ante las acusaciones vertidas por Pedro el Políticamente Correcto, pero este estaba disfrutando defendiendo a esos tipos saudíes tan majos y tan ricos que le invitaban a cañas. Pasados unos días, Pedro comenzó a gritar de nuevo "¡Socorro! ¡Sexismo, sexismo!". Los aldeanos corrieron en su auxilio de nuevo, angustiados ante la perspectiva de un nuevo caso terrible de maltrato o  violación, para tan sólo encontrar un puñetero dibujo de Spiderwoman con el culo en pompa. Los aldeanos se miraron extrañados, pero Pedro estaba encantado de poder impartirles una lección de moral pública aprovechando que los tenía ahí congregados. Pasados más días, Pedro volvió a las andadas. "¡Socorro! ¡Racismo, racismo! ¡Apropiación cultural!" gritó, y cuando pero al final sólo había una autora de libros sobre magos adolescentes bebiendo de la mitología de los nativos americanos. Los aldeanos se fueron refunfuñando, pero Pedro el Políticamente Correcto estaba encantado con la atención que había recibido ¡Había quedado claro quien era el más bueno y moral de toda la aldea! ¡Más bueno y moral que todo el resto de los aldeanos juntos, no cabía duda!. Además, la gente hablaba sólo de sus alarmas, así que ya nadie le preguntaba por las ovejas que se le perdían, ejem.

Hasta que un día apareció un tal Donald Trump. "¡Socorro! ¡Islamofobia, islamofobia!" gritaba Pedro el Políticamente correcto mientras Trump proponía marcar públicamente a los musulmanes estadounidenses, recluirlos en campos de internamiento y deportarlos en masa "por motivos de seguridad". Pero esta vez nadie acudió a su llamada. "¡Socorro! ¡Racismo, racismo!" gritaba mientras Trump tildaba a los mexicanos de holgazanes y violadores  y amenazaba con construír un muro alrededor del país, pero los aldeanos se quedaron sentados en sus casas, pendientes de la siguiente serie de Netflix. "¡Socorro! ¡Sexismo, sexismo!" gritaba Pedro mientras Trump acosaba a varias de sus empleadas y alardeaba de "agarrar chochitos". Pero tampoco nadie acudió esta vez a su llamada. "¡Socorro, auxilio, que alguien me ayude, que me matan!"gritaba Pedro el Corrector Político mientras Trump le agarraba de las solapas y lo despeñaba por un barranco. Cuando los aldeanos llegaron al lugar de los hechos, atraídos por los alaridos, vieron a Trump, triunfante, y abajo, el cadáver de Pedro el corrector político con el cráneo abierto y los sesos esparramados por el suelo.

Era una visión espantosa, así que los aldeanos reaccionaron de la única manera lógica posible: Se bajaron los pantalones y se pusieron a mearse en el cráneo abierto de Pedro mientras levantaban a hombros a Trump entre vítores. Porque que se joda ese Pedro el Políticamente Correcto de los cojones, puto moralista pretencioso de mierda. Que se joda él, sus insultos, su superioridad moral de chichinabo y su dar por culo a las tantas de la mañana gritando "denuncias" sólo para posturear a costa del silencio y merecido descanso de los aldeanos "¡Bien hecho, Trump!" dijeron mientras lo coronaban rey del universo.

Y colorín colorado...

...este cuento acaba de empezar. Y es de auténtico terror.

Trump visto por sus seguidores
Parte III: La muerte de la izquierda tradicional genera monstruos. O el auge de la extrema derecha  como reacción anti-progresista.

Es cierto que este cuento que acabo de contar a los españoles nos queda afortunadamente lejos, ya que este es un fenómeno más propio del norte de Europa y Estados Unidos.  Pero es un peligro que no podemos ignorar para siempre. Pues la pregunta de "¿Y a dónde van a irse los obreros que los progresistas ignoran?" formulada en mi anterior artículo, ha sido contestada de una manera aterradora: Están yéndose a partidos como el UKIP británico, el Frente Nacional de Le Pen, "Los verdaderos finlandeses" o hacia Donald Trump. En definitiva, la clase obrera nacional busca como refugio partidos y políticos que no les traten como juguetes rotos a sacrificar en pos de una estrategia electoral cortoplacista.

El nuevo auge de la ultraderecha surge como reacción no necesariamente (o no únicamente) xenófoba o sexista per se, si no sobre todo, como reacción anti-progresista. Aunque para llegar a ese estado de odio y radicalismo político, se han tenido que dar una serie de pasos sin los cuales no se entiende la naturaleza de esta nueva bestia política:

Parte III-1: Divide y crisparás

No hay más que ver la brutal campaña de las primarias demócratas orquestada por Hillary Clinton en contra del socialista Bernie Sanders para ver que a dia de hoy, eso de tener en mente el bien común o simplemente los intereses de ese "ciudadano medio" y homogéneo que tanto desprecia el multiculturalista, ha dejado de estar bien visto por la progresía moderna. Cualquier insinuación de que la exclusión económica es un problema mucho mayor que la exclusión social per se (aunque no niegues la problemática de la misma) o de que la globalización y la inmigración producen externalidades y problemas que recaen sobre todo en la clase obrera nativa, es motivo suficiente para ser acusado virulentamente de xenófobo o sexista, porque obviamente, anteponer los intereses de clase frente a los intereses identitarios, e insinuar que -gasp- la exclusión más importante que puede sufrir nadie no es la racial ni la sexual ni la cultural, si no la económica, sólo lo puede afirmar un malvado villano de opereta. O un "brocialist", término que la propia campaña de Clinton se encargó de acuñar para ser usado como arma arrojadiza contra esos malvados izquierdistas no identitarios. Porque como todo el mundo sabe, la señora de Mark Zuckerberg lo está pasando mucho peor por ser mujer y asiática que el hombre blanco heterosexual chatarrero de Horcasitas que no tiene un puto duro para llegar a fin de mes, dónde va a parar. El socialismo de antaño reclamaba el poder para los pobres, mientras que progresismo de hoy reclama una suerte de victimismo para todos los públicos, ricos incluídos. El antiguo electorado de los partidos de izquierda no "viró" hacia la derecha, si no que fue simplemente abandonado por quienes supuestamente estaban encargados de defender sus intereses, tanto en sus políticas, cada vez más defensoras del libre comercio, como en su discurso, cada vez más centrado en la política identitaria.

Parte III-2: Mentiras, sucias mentiras, y dobles varas de medir

Sin embargo, no basta con el simple abandono para generar odio. Esa es sólo una de las dos piezas del puzzle. El abandono genera simplemente apatía política, y esta se tradujo en una masa creciente de gente que cada vez iba menos a las urnas allá a finales de los noventa, cuando el gran problema era la desmovilización del electorado. Sin embargo, necesitas algo mucho más visceral para generar una reacción enfurecida como la que ha llevado a Trump a la Casa Blanca. El paso del hastío pasivo hacia el odio activo sólo se puede entender a través de la hipocresía. Y no hablo de cualquier tipo de hipocresía, si no de la más odiosa de todas: la doble vara de medir. Mientras que el progresista multicultural proclama que todas las culturas son "enriquecedoras", la multiculturalidad, galopando a lomos de la globalización, desplazaba a la cultura local sin que a dichos defensores de la multiculturalidad le importase un bledo. El progresista es alguien profundamente preocupado por todas las culturas, razas, religiones y civilizaciones del mundo, salvo una: la suya propia, en un ejercicio de autodesprecio a todo aquello que recuerde a sus padres que haría las delicias de Sigmun Freud. "Endofobia" es un término que viene que ni pintado para definir a semejante actitud. El mensaje está claro: las culturas "diferentes" (es decir, las que resultan exóticas para el pequeño burgués progresista o el eterno universitario) son valiosas. ¿La "cultura tradicional" de tu país? Bien, a esa cultura le pueden ir dando viento fresco. Es aburrida, opresora, anticuada y regresiva. Que se pudra y sea sustituída por nuestro nuevo glorioso futuro multicultural. Oh, y si tienes un problema con semejante proposición, no es porque aprecies tu propia identidad cultural y te sientas orgulloso de ella sin más, al igual que hacen todos esos otros colectivos sociales. No, lo que pasa de verdad es que eres un malvado racista. Porque la multiculturalidad y la diversidad son maravillosas y acomodan a todo el mundo. Salvo a tí, aburrido y asqueroso ciudadano medio "pastry old white men". Tu identidad ya no tiene valor en el mundo moderno (al fin y al cabo, la cultura local nunca tuvo valor alguno para las élites urbanitas, para quienes el folklore local y rural siempre les pareció una vulgaridad) cuando no es es directamente, algo despreciable y repugnante. Y es que ahora resulta que la política identitaria racial o sexual es buena, pero siempre y cuando la practiquen sólo las minorías, que la discriminación es mala, pero sólo cuando sea en una dirección. La dirección "positiva", ya se sabe. Y si te enfurece esa doble vara de medir es porque obviamente, eres un nazi, no porque simplemente seas un ser humano o un animal de sangre caliente.

La fijación con la inmigración musulmana que tienen los partidos de extrema derecha de nuevo cuño surge precisamente porque ese es el caso más sangrante e innegable de doble vara de medir progresista. Veamos: ¿La cultura tradicional occidental es machista, horrible, opresora y no tiene cabida en esta maravillosa coalición multicultural progresista (a pesar de ser la cultura propia de la clase obrera nacional y el padre de la propia izquierda tras la revolución francesa) pero de algún modo, el conservadurismo religioso y reaccionario del que hace gala una mayoría más que demostrada, sondeo tras sondeo, de los habitantes del mundo musulmán, para nada minoritaria ni anecdótica, es algo maravilloso, bello, increíble y merecedor de ser defendido en público y a muerte por todo progresista que se precie? ¿Y todo aquel que se ose criticarlo es inmediatamente un malvado "islamófobo", tachado de fascista, incluso cuando dichos críticos del Islamismo han sido antifascistas de verdad, de esos que pegaban tiros a soldados nazis en la cabeza antes de que tu nacieras, como Orianna Fallaci? ¿En serio? ¿En serio?

Parte III-3: La haine


Arriba, el odio anti-progresista encapsulado en un anuncio

Llegado a esta punto, es el momento en el que la disonancia cognitiva se hace insoportable para el electorado tradicional de la izquierda y dicen HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO. Y esa indignación, esa náusea por la hipocresía política, se transmuta en ira.

Ira que desgraciadamente, ha sido canalizada, manipulada y aprovechada por partidos y políticos xenófobos, y azuzada al calor de miedo generado por los recientes atentados. Porque verán, una buena parte del electorado clásico de izquierdas se siente atacado y traicionado, pero la gente rara vez reflexiona sobre sus propios sentimientos de traición o amenaza. De ahí que el discurso "la culpa de todo esto la tienen los inmigrantes" cale tanto en los cinturones obreros de las grandes capitales norte europeas y en el medio oeste americano. Pero esa ira tiene más de anti-progresismo, que de xenofobia per se, por mucho que ni los propios votantes de dichos partidos xenófobos sean conscientes de ello.

Si no les convence esa teoría del resurgir de la derecha como reacción antiprogresista más que xenófoba, les recomiendo que estudien de cerca el horrible caso de Breivik, el terrorista neonazi de Utoya. A pesar de toda su retórica delirante sobre pureza racial, musulmanes invadiendo Noruega, feministas malvadas, ultranacionalismo en esteroides y demás imbecilidades, al final, cuando llegó la hora de la verdad, no se puso a matar a esos inmigrantes a los que supuestamente odiaba con toda su alma, si no que masacró a niños perfectamente rubios y de ojos azules... pero que eran hijos de militantes del partido socialista noruego, ahora reconvertidos en "progresistas" como todo el resto de los partidos noreuropeos. No miren las palabras, analicen las acciones y los hechos. Es blanco y en botella. Cuando uno se para a sopesar las implicaciones ideológicas y políticas de ese acto terrorista, las conclusiones son tan escalofriantes como el acto en sí mismo. No nos estamos enfrentando a una simplista "xenofobia" ni a un revival del movimento nazi. Es otra cosa más insidiosa y compleja si cabe. Abandonen la narrativa oficial repetida tantas veces sobre la pobreza generando radicalismo político y racismo. El racismo lleva existiendo desde que el ocaso de los tiempos, y como te dirá cuaquier experto en antiterrorismo, el perfil de los extremistas políticos no tiene nada que ver con la pobreza ni con su nivel adquisitivo. Estamos siendo testigos de un movimiento reaccionario anti-progresista, apoyado justo por una parte de ese electorado que los partidos progresistas abandonaron en la estacada.

Entonces ¿Qué nos puede salvar de semejante destino? Más aún: ¿Por qué ese discurso xenófobo y anti inmigración no ha terminado por calar en el Sur de Europa, si es la región más azotada por la crisis? ¿No habíamos quedado en que era la pobreza la que echaba a "los pobres" en los brazos del terrorismo? ¿Por qué la ultra derecha avanza en los muy prósperos Estados Unidos o la rica Suiza?

Parte IV: Ahora... ¿Cómo podemos parar esto?


En esencia, es tratar de evitar eso

El motivo por el cual esa terrible oleada ultraderechista no ha llegado aquí es porque ese electorado de clase trabajadora no es un huérfano político en el Sur de Europa... todavía. La narrativa de la "sabiduría tradicional" sobre cómo los extremismos los crea "la pobreza" así en abstracto, no se sostiene a poco que uno mire las cifras. La ultraderecha está arraigando justo en los países más prósperos y con menor pobreza de Europa: Francia, Suiza, Finlandia... mientras que en Sur de Europa, en una región brutalmente castigada por la crisis, el paro y el fracaso escolar, estos partidos xenófobos no se comen un colín. Y no, ya quisiera el Amanecer Dorado griego sacar la mitad de votos que el Frente Nacional francés, eso por no hablar ya de la siempre peripatética Falange Española. La pobreza genera infinidad de problemas, es cierto, pero el terrorismo y el radicalismo político no son dos de ellos, repetir esa mentira no va a hacer que se haga verdad.

La principal diferencia entre el auge derechista del norte Europa y el rechazo que dicha ideología causa en el sur estriba en que justo cuando los partidos de la izquierda del sur de Europa habían completado su transmutación en partidos "progresistas" como el PSOE o el PASOK, basados en el discurso identitario, la llamada "nueva izquierda" supo recoger en el último momento a ese votante abandonado y completamente vulnerable a los totalitarismos de extrema derecha.

Resultó que la izquierda no estaba muerta, si no que estaba de parranda. O mejor dicho: Estaba secuestrada y ensimismada por el progresismo, obsesionada con hacer creer a los trabajadores que sus preocupaciones yacían en la raza, orientación sexual, religión, dialecto y no en su clase (obrera, por supuesto). Y mientras aumentaba el paro y las condiciones de vida de los trabajadores empeoraban a ojos vista, todavía había quien se decía a sí mismo "bueno, pero por lo menos la mitad de las ministras son mujeres" o "bueno, pero por lo menos han dado un premio a una película sobre inmigrantes transexuales cameruneses" como si eso les fuera a dar de comer a fin de mes. Hasta que ya no pudieron comer a fin de mes, claro, y vieron que eso del opio no nutre, o como decimos los españoles: "Es más fácil predicar que dar trigo".

Ahora parece que la desigualdad y sobre todo, el bienestar de la clase media, vuelve a estar recuperando protagonismo en el discurso y agenda de una buena parte de la izquierda, afortunadamente ¿El problema? Que ese viraje hacia la dialética de clase y los asuntos "del comer", se está intentando hacer sin abandonar la retórica identitaria. Hay quien dirá que la defensa de las minorías raciales, culturales o sexuales no es un tema baladí, ni es algo que tenga que entrar necesariamente en conflicto con la defensa de la clase trabajadora. Y tienen razón. Defender los derechos de las minorías es una noble causa que atañe a todo el mundo. Pero no se puede pretender defender todas y cada una de las causas identitarias únicamente por el hecho de ser identitarias, sobre todo cuando estas chocan contra los valores fundacionales de tu propio partido, o peor aún, de tu propio país.

 No puedes defender la globalización y el proteccionismo laboral al mismo tiempo. No puedes defender el islamismo y el feminismo al mismo tiempo. No puedes luchar contra el racismo y defender el etnonacionalismo al mismo tiempo. No puedes defender los derechos humanos y el relativismo cultural al mismo tiempo. No puedes defender el socialismo y el reparto de la riqueza al mismo tiempo que argumentas que las regiones pobres roban a las ricas. No puedes defender la demostración científica del cambio climático y las terapias alternativas magufas al mismo tiempo. No puedes defender el cosmopolitanismo y el nacionalismo al mismo tiempo. No puedes defender la regulación laboral y la desregulación migratoria al mismo tiempo. No puedes defender la paz entre pueblos de la Tierra para luego despreciar a los del pueblo de al lado al mismo tiempo. No puedes defender la multiculturalidad y rechazar tu propia cultura al mismo tiempo. No puedes defender la igualdad y la discriminación positiva al mismo tiempo.

En definitiva, no puedes pretender que la identidad sustituya a la ideología, a los intereses de clase, y a la coherencia misma. Porque aunque esa estrategia funcione a corto plazo en la época de las vacas gordas, a largo plazo eso no solamente daña a los partidos de izquierdas. Daña a toda la sociedad en su conjunto. Nos vuelve más radicales, más irracionales, más sectarios. Y cuando el sectarismo salta de las minorías a las mayorías, basta con una temporada difícil (no hablemos ya de esta gran recesión) para prender la mecha, y darle a un impresentable como Trump el mando de la nación más poderosa de la Tierra. Porque tendrá ideas de mierda y propondrá soluciones de mierda, cierto. Pero son ideas al fin y al cabo, en vez de "demografía", y reconoce los problemas que existen en vez de intentar silenciarlos a golpe de discurso políticamente correcto.

Y no, no me engaño, estos van a ser tiempos difíciles, pero me gustaría pensar que vamos a poder aprender algo de todo esto, y quién sabe en el caso de España quizás podramos evitarlo. Si nuestros políticos de izquierdas y de derechas quieren parar el populismo de verdad, darme ideas en vez de identidades. Darme soluciones en vez de marketing. Y por supuesto, métanse la prédica, el púlpito y la superioridad moral dónde les quepa, muchas gracias.

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