martes, 21 de noviembre de 2017

El emocionalismo como enfermedad personal y política

Desde la independencia catalana, pasando por el Brexit, o las falaces argumentaciones de la defensa de "la manada", una enfermedad parece haberse instalado en todo el discurso político. Bienvenidos a la era de la hiper-emocionalidad o el emocionalismo como idea política. Donde mis emociones son la medida de todas las cosas.





Como es arriba, es abajo

A ver si no de dónde sale esto
Hay una gran relación, que cada vez veo más aparente, entre la psicología individual, y las distintas ideologías políticas y teorías sociales o colectivas. Las ideologías son, ante todo, una manera de justificar y racionalizar a posteriori nuestra cosmovisión personal ya preexistente, y en segunda instancia, son una manera de intentar construír un entorno social que se adapte a las particularidades, carencias y fortalezas de nuestra psicología personal. El problema estriba en que cuando muchos individuos que presentan trastornos mentales o emocionales o, más comunmente, simples defectos personales de carácter (sin necesidad de ser patologías o enfermedades al uso), estos pueden acabar derivando en ideologías francamente dañinas ya que intentan forzar a la mayoría de la especie humana que no tiene sus carencias, a adaptarse a las mismas. Así pues, uno puede argumentar que izquierdismo procede del lógico deseo de justicia e igualdad, mientras que la izquierda extrema bebe del defecto personal espúreo de la envidia y los celos. O que el liberalismo económico procede del lógico deseo de libertad individual y desarrollo, mientras que su vertiente extremista proviene de las tendencias al darwinismo social, el narcisismo y la medición de pollas, hablando en plata. O que el conservadurismo social proviene de la prudencia y del sensato "no lo cambies si funciona", mientras que el conservadurismo extremo proviene del miedo cerval al cambio y lo diferente. Así pues, toda ideología de masas tiene su espejo en la psicología personal, y toda característica psicológica lo suficientemente extendida acabará teniendo su reflejo en movimientos políticos. No, no me lo agradezcan a mi, agradézcanselo a Ortega y Gasset, que fue el primero que anticipó el auge del fascismo y el comunismo como consencuencia lógica de ese "hombre masa" creado por la industrialización.

Del hombre masa al hombre emousions


Reacción común a cualquier telediario
Sin embargo, los tiempos cambian, y con él, el ser humano y su psicología. Si el hombre masa propio de la revolución industrial encontraba refugio y consuelo en los números y el aplastante anonimato de la masa, nuestra actual era digital ha creado otro hombre distinto: Narcisista, personalista, amante de su propio ombligo (nada de rostros anónimos) y ante todo, sobre - emocional. ¡Nuestras penas en Facebook son las penas del mundo! ¡Mi identidad es la medida de todas las cosas! El hombre emousions es totalmente un producto de las redes sociales, es decir, de su tiempo. Pero si hubiera que definirlo de alguna manera, yo diría que es, en esencia, gente que no ha podido digerir bien su adolescencia. Gente para la cual, todo el mundo gira (o debería girar) entorno a una cosa de vital importancia: sus propias emociones y más concretamente, su sentido de la identidad personal. Definirme cómo soy yo, o como son los otros, se convierte en su principal preocupación. El sentimiento es su única guía y señor, ya que todos los sentimientos son legítimos para él y por lo tanto, incontestables. El emocionalista siente muy fuerte, pero tiene nula inteligencia emocional ya que se niega en redondo a reflexionar sobre sus propios sentimientos y sobre todo, a concluír que oye, que puede que quizás haya sentimientos suyos que sean espúreos, dañinos o simplemente, sintomáticos de algo relacionado tangencialmente con la situación que se los provoca. Fuera con eso: Si algo me hace sentir mal, ese algo será malo, si me hace sentir bien, será bueno, y nunca, nunca me plantearé si el problema lo tengo yo o que los sentimientos puedan -gasp- traicionarnos o engañarnos.


Un discurso público dominado por la legitimidad e intensidad de las emociones


Tira, tira que algo queda
El ascenso del hombre emousions viene acompañado, como no podía ser de otra manera, de un discurso político marcado por las emociones. Lo cual tiene una gran utilidad política para el demagogo, ya que las emociones son fáciles de manipular a través de los medios (si alguien piensa que sus emociones son, en efecto "suyas" y que parten de su interior, en vez de ser estados transitorios, volubles y circunstanciales, se engaña al identificarse con ello), y nos permiten, ante todo y sobre todo, generar problemas irresolubles, cosa que los políticos son expertos en venderte. Las políticas, leyes, reformas estructurales y medidas concretas basadas en el estudio de la realidad y sus efectos prácticos a través de la experimentación, se ven sustituídas por los titulares, las narrativas mediáticas, los discursos y las explicaciones "culturales", léase, por teorías que justifiquen mis sentimientos ya preexistentes, y por golpes de efecto mediáticos y simbólicos que me generen a su vez más emociones (sin que por ello se vaya a solucionar nada concreto ni tangible: el objetivo es la satisfacción emocional, no resolver problemas o conflictos). Así pues, el problema de Cataluña es que hay muchos catalanes que no se sienten españoles. El problema de la crisis económica es que mucha  gente "se siente excluída" (su nivel material de vida es irrelevante en la discusión, claro). El problema de la eurozona es "la brecha cultural" entre el norte y el sur de Europa, dos regiones que "se sienten" claramente diferentes. El problema de Oriente Medio es que hay gente que se siente oprimida (así, en genérico). El problema de la víctima de la violación de "la manada" es que, al parecer, no se siente lo suficientemente mal después de que la violen. Y así hasta el infinito. Así pues, el debate público, al centrarse en los sentimientos, queda totalmente viciado, impracticable, y en última instancia, anulado por completo. Yo me siento de esta manera,  y tú de esta otra. ¿Quién tiene razón? Nadie, cuando hablamos de sentimientos. Los sentimientos escapan a nuestro control así que ¿Qué puede hacerse? Nada en absoluto. Somos marionetas en manos del destino, o del primer demagogo al que se le de bien manipular las emociones ajenas, o del siguiente titular de televisión o meme de Facebook que resuene emocionalmente con nosotros, sin importar que sea verdadero o falso, útil o  perjudicial.

Mis sentimientos contra los tuyos


Discusiones de enamorados, una maravilloso modelo que extrapolar a nuestra democracia

Pues bien, esa es la siguiente conclusión: En un discurso público en el que la emoción reina de manera indiscutible como un rey absolutista, la única manera de "resolver" un debate o disputa pasa, necesariamente, por otorgar más legimitidad a unos sentimientos que otros, creando agravios comparativos y por supuesto, generando a su vez... malos sentimientos. El viciado debate territorial en España es el ejemplo perfecto de esa dinámica, según la cual los nacionalismos sólo son buenos cuando son los míos, o malos cuando son de otra gente que me cae peor, porque claro, mis sentimientos son más importantes que los ajenos, faltaría más. La "argumentación" emocionalista no es tal, es simplemente el intento de imponer un sentimiento y narrativa a costa de otro, en una suerte de juego demencial de suma cero: Hay sentimientos que son más "auténticos" o "mayoritarios" o "fuertes" que otros. Y lo peor de todo es que en ese escenario, una  vez partes de la base de que el sentimiento es la medida de todas las cosas,  sólo aquel que siente más fuerte, siente con más fuerza, y siente más en grupo, tiene más legitimidad. Da igual que tenga razón o no. Da igual que sus actos y emociones tengan consencuencias tangibles y objetivas más o menos perjudiciales para quienes le rodean. Da igual todo aquello externo a mi propio sentimiento.  La razón ha muerto para el hombre emousions, y la realidad misma con él, en una suerte de solipismo emocional.

La tiranía del histérico y el perturbado


¡BAJADME LOS IMPUESTOS, QUE ESTOY TÓ LOCO!
Así pues, un mundo dominado por la tiranía de las emociones se convierte en un mundo donde el histérico es el rey. Quien sienta emociones más fuertes, se dé más golpes de pecho, grite más fuerte y consiga arrastrar a un mayor número de histriónicos con él, es el que  gana. Las personas equlibradas, estoicas, sensatas o simplemente reservadas, no contamos, ya que no somos gente de verdad, puesto que no tenemos sentimientos "de verdad" o "auténticos". Y me sinceraré con ustedes: No soporto este actual estado de las cosas. No puedo sentir ningún respeto ni simpatía por alguien cuyos únicos argumentos para sus propios actos o decisiones políticas sean "me siento así" o "yo es que soy así". No puedo aceptar que una caterva de adolescentes de veinte, treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años, demanden nada menos que la maquinaria del estado se ponga a su servicio para satisfacer sus necesidades emocionales, pretendiendo convertir una responsabilidad personal en un asunto de estado, en vez de hacerse cargo de sus propias emociones ellos solitos, como adultos que son. La gota que colmó el vaso de mi paciencia fue ver ese razonamiento, que otras veces me había tenido que tragarme en mi vida personal con efectos dramáticos, en plena palestra pública: resulta que la víctima de "la manada", no parecía muy traumatizada. Por lo que, bueh, muy mal no lo debería haber pasado. En la peor tradición del carácter latino, quien no llora, no mama.  Porque en el juego del emocionalista, en la tierra del sálvame y de la pornografía emocional, donde lo único que importan son las emociones  más groseras, más exhibidas y sin adulterar; el histérico, el llorica, el victimista (que no necesariamente víctima), el tarado, en definitiva, parte con ventaja. Quien desee guardar la compostura, ser razonable, fuerte,  sensato, estoico, cabal, o simplemente, ser reservado, va dado. Eso no es "sentir de verdad". Eso es que "tanto no te molestarán las cosas". Eso es la aquerosa doble vara de medir del emocionalismo, que traza una línea divisoria entre mis sentimientos que son más válidos porque grito más alto y porque dejo que me afecten más, y los tuyos que ¡Ay, tonto de tí! Pretendes controlar y atemperar para mejorar como persona en vez de abrazarlos para obtener un mayor beneficio político o simpatía social.

El terrible futuro que plantea este nuevo mundo emocionalista no pertenece a los cuerdos. Pertenece a los trastornados.

A mi no me vengas con tus mierdas, joder
Frente al tsunami del emocionalismo, tan sólo hay una vacuna: Negarse a entrar en ese juego, y señalarlo como lo que es.

La próxima vez que alguien les hable de sentimientos o pareceres, cíñanse a los hechos contrastados.

La próxima vez que alguien discuta alterado, hagan por no entrar a trapo y guardar la calma, pues el emocionalismo llama a más emocionalismo.

La próxima vez que una argumentación empiece por "yo me siento así" o "mucha gente se siente así", respondan sin ningún tipo de remordimiento: "eso es totalmente irrelevante para lo que estamos discutiendo".

Pues hay una lección que todos debemos de aprender para madurar: Ni nosotros mismos, ni nuestros sentimientos somos tan importantes en el gran esquema de las cosas. Y muchas veces deberemos renunciar a ellos para conseguir algo verdaderamente importante, por extraño que eso suene. Pues el amor, la justicia, la paz o la verdad son mucho más que sentimientos.

Por mucho que el emocionalista se empeñe en reducirlos a eso.

1 comentarios:

Leygonier dijo...

Interesante entrada, el concepto de emocionalismo que expones para mí tiene mucho que ver con el postmodernismo, en varios sentidos: exaltación de la subjetividad, negación de la existencia objetiva de la realidad, elevación de los sentimientos y estados de ánimo a la categoría de conceptos por encima de cualquier medición objetiva, etc.

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