viernes, 6 de abril de 2018

Que alguien mate a la universidad española antes de que la universidad española nos mate a todos

El falso máster de Cifuentes ha desatado la típica tempestad política que uno no sabe muy bien si viene "de fuera" o "de dentro", pero ha servido para bastantes cosas. Entre ellas, para reafirmarme en mi decisión de que si tengo hijos algún día, estos no irán a la universidad. O al menos, a la universidad española.

Más o menos el mismo valor que un máster de universidad española o un rollo de papel higiénico




Esta es una decisión tomada no como represalia, protesta o pataleo alguno, si no como un acto de autopreservación bastante meditado. Sí, claro, nunca digas "de este agua no beberé", hay facultades y carreras que se salvan (como las ingenierías o informática), siempre hay buenos profesores y justos en sodoma, bla, bla, bla. Pero así, a grandes rasgos, mi opinión cada día se afianza más: La universidad española es un cáncer. Es una de las peores instituciones de un país gravemente aquejado por crisis institucionales. Peor aún, es un lastre para muchos, y sobre todo, para mi generación, que ha sido vilmente engañada por ella. De aquí este artículo: un antídoto para borrar el "condicionamiento universitario" que se nos ha inculcado durante décadas.

El condicionamiento universitario no se produce, tal y como suele imaginar la gente, mediante consignas o "lavados de cerebro". No se trata de que los profesores tengan una ideología y la transmitan a sus alumnos, cual virus inoculado artificialmente. Tampoco hay panfletos, libros sagrados ni consignas venidas de un oscuro complot movido por manos negras en la sombra. Ni si quiera tiene que ver con el natural "efecto contagio" producido por las cámaras de resonancia, ni con la consabida politización de la universidad española, ni con la preponderancia de la ideología de izquierdas en los círculos universitarios, una tendencia tan vieja como la universidad misma, pero que no tiene que ver con el tema que aquí nos ocupa.

El adoctrinamiento universitario es involuntario, pero tremendamente efectivo, ya que apela no a nuestra razón o nuestras emociones, si no a algo mucho más profundo: a nuestra experiencia vital.

Empecemos por el principio: El mero hecho de que se considere cursar estudios universitarios como algo impepinable e inevitable en tu vida, como una suerte de extensión de los estudios básicos, tiene efectos devastadores. Por mucho que haya buenas y nobles intenciones detrás de la consideración de que la Universidad sea un derecho,  y que por lo tanto haya plazas para que todo aquel que quiera cursar una carrera, (la que sea, no importa), esa buena intención, lejos de ser algo incuestionablemente positivo y bueno, es la parte clave del actual enmarronamiento en el que se encuentra la universidad y los ex universitarios.

Al tener un sistema educativo centrado en formar a cuantos más universitarios sea posible, centrándose en su cantidad antes que su calidad, el estado manda un mensaje claro, pero absolutamente falso al futuro universitario: Eres necesario. Esos estudios que quieres cursar, sin importar lo minoritarios que sean o lo mal planteada que esté tu carrera, son tan y tan necesarios, que el estado te los va a pagar a tocateja, porque sería algo terrible para el país que te quedaras sin ellos. Y así lo ve una mayoría de la población, que sigue creyendo a pies juntillas que la universidad es un mecanismo de ascenso social tan poderoso hoy como en los años veinte.

Esa creencia de que todo aquel que quiere estudiar una carrera deba poder estudiarla porque de algún modo, siempre será útil para el país o para sí mismo, es, simplemente, mentira. Usando las propias cifras de los distintos colegios profesionales, uno puede ver que la realidad es muy distinta: España tiene 160.000 médicos practicando, y cada año se forma la friolera de 7000 licenciados en medicina. Hay un desfase salvaje de unos 1000 estudiantes "que sobran" AL AÑO. Y eso que hablamos de una profesión universalmente reconocidas como necesarias o "serias": de las profesiones de carreras de dudosa utilidad como publicista o filólogo, mejor ni hablamos.

Con las cifras en la mano, nuestro país no necesita más universidades, ni más universitarios, ni más facultades, ni más plazas ni más carreras, y sin embargo, propongan ustedes ya no la supresión, si no una simple reducción, grande o pequeña, de cualquiera de esas cosas y tendrá encima todo el odio y la demonización de los poderes establecidos, que haciendo uso de la falacia de la falsa equivalencia, equiparará atacar a la universidad con atacar a la cultura, el saber y por supuesto, a la movilidad social como concepto.

En la imagen, el templo del saber

Habrá quien sin llegar a esos extremos, vea el exceso de universitarios como una cuestión baladí o un mal menor. Mejor que sobren universitarios a que falten. La alternativa, al fin y al cabo, es la formación basura para trabajos basura ¿no? Bueno, pues no.

Para empezar, porque en España hay un déficit de formación de grado medio especializada brutal. Y obviamente, cada euro que va a la universidad, es un euro menos para este otro tipo de formación, infinitamente más necesaria que la enésima facultad de filología húngara en Valdecabras. Incluso aún suponiendo que el dinero del estado fuera infinito (que no lo es), el tiempo de los jóvenes sí que es limitado, y necesariamente el dedicarlo en sacar una carrera va a impedir que el joven en cuesitón haga otras cosas como, por ejemplo, formarse en FP. Y eso sí que es un problema, gordo.

Pues cuando ves el mercado laboral desde el punto de vista del que contrata en vez del contratado, te das cuenta de esas carencias y de lo devastador que resulta el que no exista prácticamente formación pública con base práctica. En España es más fácil encontrar un licenciado en publicidad que un experto en adwords, más fácil encontrar a un licenciado en periodismo que alguien capaz de mantener una conversación en inglés, más fácil encontrar un ingeniero aeronáutico que un mecánico o un piloto de aviones, más fácil encontrar un licenciado en medicina que un operario de rayos X, y así suma y sigue hasta el infinito.

El motivo por el cual la tan cacareada reforma y mejora de la formación profesional nunca llega es bien simple: Todas esas formaciones de grado medio son brutalmente más prácticas y por lo tanto, mucho más caras de producidr que las carreras universitarias. Mientras que para enseñar ingeniería te basta una habitación, un catedrático y una pizarra vileda de dos duros, para lograr que te dejen abrir un motor de avión manchándote las manos de grasa necesitas varios motores de avión, toda una panoplia de máquinas herramientas de precios exhorbitados, un cuarto de aceites con tratamiento de residuos, un taller (nada de un aula) y una homologación oficial a nivel europeo. Conclusión: Matricularte como ingeniero vale unos mil y pico euros en España, pero un curso en una escuela de mecánica de aviones homologada te sale por 35.000 euros de vellón. Lo mismo vale para los cursos de idiomas, modelado 3D, desarrollo UX, lenguajes de programación, y todo esa panoplia de habilidades prácticas que los sufridos padres están dispuestos a costear de su bolsillo a sus hijos mientras el estado universitario burocrático español hace mutis por el forro y te dice mediante sus acciones, que lo que de verdad necesita el país son biólogos marinos al peso, cuantos más mejor. Que luego se tendrán que ir a Alemania o a la Conchinchina para encontrar trabajo, claro, pero a ti  (y a los contribuyentes que han pagado tu formación) ya te puede ir follando un pez, que ellos ya tienen tu voto y han logrado tenerte tranquilito y sin preguntar por la tasa de paro juvenil durante 5 años o más.

La respuesta de los políticos para paliar semejante desajuste entre el mercado laboral y la formación universitaria es, por supuesto, seguir inflando la burbuja universitaria desde el estado: Creas más puestos de trabajo artificiales (funcionarios) que requieran de licenciaturas. Lo cual da lugar a la maravillosa circunstancia de que como no haya carrera de tu profesión, al final legisla sobre tu trabajo gente que en su puta vida ha ejercido dicho trabajo (aviación civil española, miles de funcionarios ganapanes con títulos universitarios diversos, cero pilotos, cero controladores aéreos y cero mecánicos). Y si ya está muy saturada la administración pública, obligas al sector privado que no contrata universitarios (porque obviamente no los necesitan), a contratar a universitarios por cojones, vaya, a golpe de decreto ley. Porque sí. Porque te lo dice el estado, formado, en su mayoría, por universitarios que jamás han logrado encontrar curro de lo suyo, pero que bueno, "saben más que tú", ya que han logrado pasar un exámen final y conseguir curro a perpetuidad. Cursos, huh, "de seguridad" obligatorios, asesores múltiples (preferiblemente, parientes del legislador o del funcionario político en cuestión), auditorías "de calidad", puestos de supervisión obligatorios, firmas de  inspectores estatales, provinciales, autonómicos, y municipales que se multiplican hasta el infinito para autorizarte a ejercer tu puto trabajo o ir a cagar al baño... toda una burocracia diseñada para que, en esencia, el negocio que no requiera de universitarios, pague a todos los universitarios imposibles de emplear que ha generado el estado. Lo cual crea un sobrecoste brutal y te impide, en esencia, ejercer tu profesión de manera eficiente y competir en igualdad de condiciones con aquellos países donde el modelo parasítico universitario no se ha instaurado todavía.

¿Cuánto decia que cobra usted, señor licenciado?
Sin embargo, la peor de todas las consecuencias de esta "sociedad universitaria" que hemos creado, no es la económica ni laboral. Lo peor de todo esto son las consecuencias personales y sociales, con diferencia.

Y es que al al configurar nuestras vidas alrededor de un proceso educativo infinito y eterno, al crear un sistema educativo totalmente de espaldas al trabajo adulto, al postergar lo más posible la incorporación al mercado laboral, al convertir las universidades en guarderías de jóvenes... en definitiva, al rechazar que el objetivo de la educación sea aprender un oficio (pues la universidad es considerada un fin en sí mismo), se nos "educa" para ser adolescentes eternos, ya que no podemos ganarnos la vida por nuestra cuenta, condenados a ser dependientes siempre de otros (nuestros padres, el estado, la propia universidad, quien sea), perpetuamente frustrados, con un sentimiento de agravio y traición brutal: Alguien nos dijo que estábamos preparados (no, miento: "los más preparados") y que éramos necesarios. Eso genera una sensación de indefensión palpable. La burbuja universitaria no forma a jóvenes adultos necesariamente de izquierdas o de derechas, si no sobre todo, a adolescentes antisistema en el sentido más fiel de la palabra "adolescente" y "antisistema". Es decir, personas que, al salir al "mundo real", engañados durante años, piensan que es el mundo al completo, y no su educación, el que les ha fallado.

Y es ciertamente, es algo muy duro. Hablo por experiencia propia. Engullir el sapo de que un cuarto largo de toda tu vida vivida hasta ese momento no ha servido para prácticamente nada, en contra de lo que te han repetido una y otra vez todas tus figuras de autoridad (padres, gobierno y profesores y sí, también los medios de comunicación), es duro de cojones. Muchos, muchísimos jóvenes nunca llegan a superarlo, quedando anclados en una suerte de adolescencia prolongada para el resto de sus vidas, saltando de curro malpagado en curro malpagado sin saber muy bien qué han hecho mal o qué falta han cometido, muchos de ellos aferrándose todavía más a la burbuja universitaria que no para de prometerles salvación eterna a base de cursos de formación, másters, becas, plazas de profesor y mil y un engañabobos que te ayudan, en definitiva, a huír del mercado laboral y seguir postergando la práctica de tu profesión. La universidad española, ante todo, crea a adolescentes eternamente dependientes. Quien quiera ser un adulto capaz de mantenerse a sí mismo por sus propios medios, necesitará buscar en otro lado, o dar con el par de carreras (entre cientos) que no se vean asoladas por estos problemas.

Esos adolescentes de ventitantos años, entre los que yo mismo me he contado durante mucho tiempo, son pasto fácil del primer demagogo que les pase por delante y les dé una explicación sencilla y fácil de aceptar a sus penurias. Algunas de esas explicaciones son abiertamente anti intelectuales (la alt right o el auge de la xenofobia son ejemplos de manual), mientras que otras de ellas, las más sesudas y "respetables", están 100% apoyadas por el stablishment universitario, que las convierte en el discurso oficial aceptado por la intelligentsia, pasando a ser parte de la llamada "sabiduría convencional". Al fin y al cabo, a las universidades les es mucho más útil hablar sobre los fallos y fracasos de "el capitalismo" o "los mercados" o " el sistema político", que los de la propia universidad, existiendo carreras y asignaturas enteras dedicadas a "ponerse la venda antes de la herida", es decir, a criticar con detenimiento todas y cada uno de los pecados de nuestra pérfida sociedad occidental y que obviamente, explican maravillosamente el por qué te es imposible encontrar trabajo o realización personal una vez salgas al mundo adulto (léase, laboral), sin mencionar a la universidad ni una sóla vez. Pensamiento crítico para todos y con todos, salvo para los propios "pensadores críticos", faltaría más.

Llegados a este punto, la universidad ha creado algo mucho peor que un ignorante. Ha creado un ignorante que cree que sabe algo. Es una combinación altamente peligrosa y que la historia demuestra como nada inocente. Las revoluciones más violentas han salido, en su mayoría, de universidades... de pacotilla. Como las nuestras, que sistemáticamente quedan a la cola de todos los rankings universitarios del planeta. La revolución de los ayatolás, de los jemeres rojos, de los nacional-socialistas o de los maoistas, todas ellas comparten los mismos actores y el mismo ethos: Estudiantes universitarios radicalizados y absolutamente convencidos de que es el mundo, y no su educación mierdera, quienes les falla, motivo por el cual hay que darle al botón de reset. Pero traquilos: Esos mismos universitarios y activistas, gente sin la más absoluta experiencia en ningún trabajo o en la vida real en sentido amplio, va a darles las soluciones a sus problemas apoyados en teorías con poca o nula base empírica. Y recuerden: No dejen que la realidad les joda su ideología. Si dichas teorías chocan con la realidad, será la realidad, y no sus teorías e ideales, quienes estén equivocados. La universidad, por supuesto, no puede estarlo.

Partiendo de semejante condicionamiento ¿Entienden ahora de dónde sale nuestra clase política?  ¿Y los votantes que la sostienen? ¿Entienden que lo del máster de Cifuentes es la punta de la punta del iceberg? ¿Entienden que ha llegado la hora de matar a la universidad española, antes de que esta nos mate a todos?

1 comentarios:

Franikku dijo...

Hacía mucho, mucho tiempo, que no estaba tan de acuerdo con algo. Gran lectura y grandes verdades.

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