jueves, 10 de enero de 2013

República romana, o como un juego de mesa te explica por qué la clase política española apesta

10/01/2013 - Ayer mismo tuve el placer de jugar al "República Romana" uno de los juegos de mesa más deliciosamente complejos que he visto en mi vida. Entre otras cosas, este tablero de celulosa me impartió unas buenas lecciones de historia, política y mejor aún, me respondió a una pregunta que muchos españoles se están haciendo en este momento: ¿Por qué tenemos una clase política tan lamentable en España? ¿Hemos sido malditos por alguna especie de Dios vengativo? ¿Es el precio a pagar por tener tantas horas de Sol? ¿Se debe a que somos más atrasados que los europeos, a la dieta mediterránea o qué? Bueno señores, no se pregunten más: un par de partidas a Republica Romana les despejará esas incógnitas en dos patadas. Vamos a ello.

Muy malos los romanos, pero ya os gustaría durar lo que duraron


Para empezar, les diré que no se apuren: no voy a entrar en detalle sobre todas las reglas, complejidades y sutilezas de este mastodóntico juego. Baste decir que me llevó unas dos largas horas de partida con amigos veteranos en estas lides para - empezar - a entender qué estaba haciendo, así que seré breve. En este juego adoptamos el rol de una facción del senado romano, el precursor de los modernos partidos políticos de hoy en día. Tal y como sucede con nuestros políticos, nuestro objetivo primordial sigue siendo esencialmente el mismo: el poder. Acumular tanto poder como podamos, a ser posible hasta que lleguemos proclamarnos "dictadores vitalicios", eufemismo para decir "el amo permanente del cotarro". Hasta ahí, las semejanzas con cualquier sistema político del ancho mundo, el nuestro incluido. Ahora bien ¿cómo ganamos ese poder, en forma de influencia, dinero o popularidad? Pues consiguiendo hacernos con posiciones relevantes, claro: cargos electos o a dedo, comisiones, personajes influyentes, e incluso ocupando puestos militares cuando la guerra lo haga necesario. A eso se le debe añadir un factor que hace que el juego sea más interesante si cabe, y es que si bien sólo puede haber un vencedor (eso de ser un dictador vitalicio no se comparte), todos los jugadores pueden perder: si los bárbaros saquean Roma o el pueblo se cabrea con nosotros hasta el punto de entrar en el Senado para lincharnos (cosa que por cierto ocurrió varias veces a lo largo de la historia), habremos perdido todos y se acabará la partida: Roma delhenda est.

Huelga decir que semejantes reglas y punto de partida causan un comportamiento muy particular entre los jugadores: que practican la política de voluntad propia. Aunque "no sepan de ella", la practican. Quiero decir, que practicamos la política de verdad. No era un juego sobre política, si no que hicimos política. Doy fé y juro por Dios de que en esas cinco largas horas de partida, hicimos más política que nuestros diputados en toda una legislatura. No lo digo como exageración, ni como insulto, si no como un hecho objetivo. Durante esas cinco horas negociamos, intercambiamos favores, amenazamos, conspiramos e incluso, llegamos a acuerdos más o menos honorables entre nosotros. Vamos, lo que viene siendo el llamado "politiquear". Pues nos tiramos cinco horas sin parar de hacerlo. Y cuando terminamos, mi  sensación fue: "esto simplemente no pasa en España". Sí, lo han oído bien. En un país parasitado por 400.000 políticos (o mejor dicho: cargos políticos), no hay ni uno sólo que la ejerza, ni que desee ejercerla. Como siempre, nuestra amiga la RAE nos ayudará en nuestra tarea:

Política (Del lat. politĭcus, y este del gr. πολιτικός).

11. Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado.

Y es que a poco que se compare nuestro sistema político (o mejor dicho "de gobierno") con el de la república romana (o cualquier otro) verá que el nuestro es un juego con reglas diseñadas para dinamitar y reducir la política a la nada. Un pequeño análisis de las diferencias entre las reglas del República Romana y el juego de nuestra "democracia" nos dará la clave:

En el juego de la política española la negociación no existe porque la necesidad tampoco existe. En el República Romana, existen diversos cargos con diversa utilidad: Pontifex maximum, censor, gobernador... pero hay una cantidad de cargos limitados a repartir. En España esto simplemente no ocurre: hay cargos para todo el mundo. Y si no hay, se crean. Esto tiene un efecto perverso que va más allá del dinero que le cuesta al ciudadano pagar toda esa mamandurria. Al tener una capacidad ilimitada de crear poltronas y puestos a dedo, no existe ninguna necesidad de negociar o pactar nada: nuestros bondadosos amos pueden obrar el milagro de los panes y los peces a placer. ¿Alguna vez se han preguntado por qué nuestros políticos rara vez son capaces de negociar o ponerse de acuerdo sobre cuestiones tan sangrantes como el paro o de qué lado poner el rollo de papel higiénico? Pues porque simplemente, no les hace falta. ¿Cómo que quién se queda con el puesto de Pontífice Máximo? Creamos uno para cada uno y listo: así nadie discute, el buen rollo lo invade todo, el maná brota del bolsillo del contribuyente y los cargos crecen, y crecen, y crecen y se multiplican. Es el equivalente de comprar una casa a tu hijo para evitar discutir con él sobre qué canal de televisión poner en la cena. La política, el debate, la economía, la convivencia y las mismas sociedades humanas nacen de una circunstancia casi universal: la necesidad. Uno aprende a negociar y ceder básicamente cuando alguien tiene algo que tú quieres pero tú no tienes, y viceversa.  La ausencia de cualquier tipo de necesidad y la cría de nuestros políticos en un entorno de falsa abundancia (a cargo del contribuyente) donde nadie renuncia nunca a nada, genera una mentalidad malsana e infantil de niño rico mimado que lo puede tener todo lo que quiera, cuando, cómo y dónde quiera. Y cuando no, pues a patalear como bebés (o "crisparnos", como lo llaman ahora).

En el juego de la política española nadie pierde nunca. Mientras que en República Romana hay una posibilidad muy real de que todo el sistema salte por los aires (todos pierden), en el nuestro, no. Oh, por favor, dejen de fantasear sobre masas populares enfurecidas guillotinando a nuestros gobernantes, como si no hubiera cincuenta parientes y amigotes por cada guillotinado dispuesto a ocupar su puesto. Incluso aunque hicieran lo propio con cada uno de ellos: daría exactamente lo mismo, porque oigan, hasta que algo así suceda, que les quiten lo bailao. La cuestión es que no hace falta que llegue la mierda al ventilador: nadie en nuestro sistema puede ni si quiera sufrir una derrota menor. Y son precisamente las pequeñas amenazas cotidianas y factibles las que mantienen el buen comportamiento de las personas (si no haces los deberes te castigo, si te pasas de velocidad te casco una multa, si robas vas a la cárcel, etc) no las grandes amenazas con poca probabilidad de suceder y que se ven como algo distante (si te portas mal te abandonaré en un descampado, si te pasas de velocidad puedes tener un accidente, si robas en cuatro años puede que no salgas elegido en las elecciones, etc). Al carecer de un sistema de justicia mínimamente independiente del poder político, generamos un sistema donde la responsabilidad nunca es de nadie: Madrid Arena, Mercasevilla, techos de déficit reventados, y un largo etc dan fé de ello. Y si revienta tu chiringuito (Bankia) no te preocupes que tienes otro (Telefónica) y si este falla, siempre te rescatan (larga lista de "empresas públicas" atiborradas de colocados). Mientras que en "República Romana" hay momentos en los que hay que aunar esfuerzos por el bien de Roma, en "Democracia española" nunca hace falta aunar esfuerzos por el bien de España: los culos de nuestros dirigentes siempre estarán a salvo. Al fin y al cabo, los magistrados, al contrario que los bárbaros, llaman sólo a las puertas de la plebe.

En el juego de la política española, todos ganan: o el buenrollismo como némesis de la buena política. Otra cosa que uno aprende jugando al República Romana: Que la política es conflicto. Es la manera pacífica que los seres humanos tenemos de arreglar nuestras diferencias. Es canalizar nuestras diferencias de una manera constructiva, y aceptar que oye, no todos podemos ganar siempre: muchas veces no ganaremos, pero ganaremos "lo suficiente" y al fin y al cabo, madurar tiene que ver mucho que ver con esto, con aceptar y superar derrotas o victorias parciales de manera deportiva. Al fin y al cabo, sólo puede haber un "dictador vitalicio" en el mundo ¿No? Pues no, en España no. Gracias a nuestro maravilloso sistema territorial y el malhadado "café para todos"; el método que se ha usado para contentar a toda facción política existente en España siempre se ha basado en la parcelación y división del territorio: Sí, puede que yo no tenga mayoría en España pero ¿Y en mi comunidad autónoma? ¿Y en mi provincia? ¿Municipio? ¿Ayuntamiento? ¿Escalera de vecinos? La política identitaria es perversa, en cuanto a que fomenta el mayor enemigo de la política: el buenrollismo entre políticos, que se fundamente necesariamente en la división, crispación y enfrentamiento entre ciudadanos: como no puedo detentar el poder absoluto en todo el territorio, lo parcelo para poder catar algo de dicho poder absoluto aunque sea en un territorio más pequeño: dad la bienvenida al nacimiento del sistema autonómico, el caciquismo institucionalizado ¡Todos ganan hasta 17 veces! Aunque usted como ciudadano seguramente pierda en dinero, convivencia y paciencia, pero oiga, nadie le dijo que usted estuviera invitado a esta partida.


Visto así, es lógico que nuestros gobernantes españoles sean una mierda de políticos porque señores, la práctica hace al maestro y  nuestros dirigentes no tienen necesidad alguna de practicar la política. El horrible nivel de nuestros políticos no es ninguna maldición mediterránea, no es que los españoles seamos más tontos y menos rubios que los suecos, no es la herencia recibida de Zapatero, Franco, Prim o los Reyes Católicos. Es la institución, estúpido. Es nuestra democracia, estúpido. Es el juego de mesa el que determina el comportamiento de los jugadores, de igual manera que el ajedrez te obliga a ser previsor, el Munchkin fuerza a putearse entre sí o el Catán impulsa a comerciar. "Democracia española", al contrario que "República romana" es un juego de mesa mal parido y peor diseñado que tan sólo puede generar malos jugadores interesados en no hacer absolutamente nada, porque simplemente no compensa meterse en ningún embolao: todos han ganado la partida sólo por sentarse a la mesa, y su interés es simplemente que todo permanezca tal y como está, o si acaso, cambiar para que nada cambie. Si para salvaguardar el status quo de este juego mal diseñado se ha de desmantelar la sanidad, saquear fondos de pensiones, rescatar autonomías, rescatar bancos, traicionar programas electorales, saquear a pequeños y medianos empresarios, aguantar disturbios o incluso salir del Euro, sea.

Dejen de lamentarse por la falta de buenos políticos: cambien el tablero. Verán cuanto duran estos jugadores en cuanto se modifiquen las reglas.

3 comentarios:

ClozeOne dijo...

Ay por dios, segundo artículo tuyo que me leo y segundo enamoramiento. Clapclapclap, en serio. Muy bien.

Ikael dijo...

Gracias mil ClozeOne! :D ¡Tú si que eres un amore!

Anónimo dijo...

Aunque sea con mucho tiempo de restraso, acabo de leer tu articulo y entonces y ahora, cuanta razón tienes, lo malo es que nuevo tablero y reglas ponemos y sobretodo quien las pone por que los actuales jugadores estan felices con su juego favorito que es ganar siempre.

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