miércoles, 28 de enero de 2015

Elogio, lamento y esperanza de Cádiz

Hace unos días visité una de esas ciudades que tenía pendientes en mi haber desde hace mucho tiempo: Cádiz. Puede que sea un efecto secundario de mi admiración por el malparado movimiento liberal español y mi fascinación con la constitución de 1812, pero esa ciudad ha dejado en mi una impresión profunda, como pocos lugares lo han hecho. No he visto una ciudad que evoque en mi una emoción tan parecida a la que me causa mi propio país, es decir, España. Esa metrópoli condensa, de una manera bella, pasional y terrible todo lo que somos, lo mejor y lo peor. Pero mejor vayamos por partes.

En su momento, esta ciudad fue la hostia. Puede volver a serlo

Antes que nada, debería ponerles en situación. Cadiz es una de las ciudades más antiguas no ya de España, si no de todo Occidente, con la friolera de 3200 años de ocupación humana a sus espaldas. Su morfología también es singular, ya que hablamos de una península con vocación de isla que se adentra unos 2 km en el océano Atlántico y se une al continente europeo por un estrecho brazo de tierra, resultando en una especie de portaaviones natural inmenso e inamovible. La situación que tiene es privilegiada a todos los niveles. En función de hacia donde mires, puede servir de base para zarpar a África, América, Europa u Oriente Medio, sólo le falta un portal dimensional que lo conecte con Asia y Oceanía para completar la colección. Normal que civilización tras civilización, haya usado Cádiz (o Gades) como puerto para el comercio marítimo, desde la mítica civilización tartésica (que algunos llegan a relacionar con la mismísima atlántida) hasta la España de nuestros días, pasando por griegos, fenicios, cartaginenses, romanos y todo aquel que pasara por ahí en barco, vaya.

La ciudad tiene serios mimbres de industria y comercio, pero ahí no se acaba la cosa. Tiene además una belleza natural excepcional, con unas vistas al océano Atántico por los cuatro costados que se te caen los cojones al suelo, mostrando un mar majestuoso de color azul intenso, acompañado con algunas de las playas urbanas más increíbles que jamás he visto, las mejores de toda Europa, de hecho. Camines por dónde camines, hay lugar para un paseo marítimo en todas sus posibles modalidades: Rompeolas estilo Mar Cantábrico, playa de arenas mediterránea, balneario a la vasca, mirador atlántico trasplantado desde Lisboa...

A la belleza natural se le une la belleza arquitectónica, claro. El casco antiguo de la ciudad está llena de callejuelas, placitas, monumentos, rincones con encanto diseminados como esquirlas de historia, capaces de satisfacer la sed de bohemia del hipster más recalcitrante.

Arreglarlo pa qué,, total los castillos están muy demodé
Pues bien, aún con semejantes cualidades, Cádiz es de las regiones de España más deprimidas. Porque Cádiz, uno de mis rincones favoritos de este país nuestro, es España en estado puro: Potencial desperdiciado, mires donde mires. Esperanza seguida de un facepalm. O facepalm seguido de una tremenda esperanza.Todas sus cualidades, saboteadas, una por una, de manera voluntaria o inconsciente.

El grueso de la población vive en la abigarrada y desangelada zona nueva de la ciudad, mientras que el centro,  colmado de rincones históricos, se encuentra deshabitado y descuidado, con muchas de las venerables casas en un estado de abandono lamentable, configurando un archipiélago de islas de encanto y bohemia flotando en medio de un mar de callejones sórdidos. Las increíbles vistas al mar la mayoría de las veces se encuentran truncadas por pura y dura incompetencia urbanística: edificios mamotréticos cortando los paseos, cuando no calles estrechas y abandonadas de espaldas al mar, sin un mal sitio para sentarse o ni si quiera un mal bar para tomar algo: Disfruta de la vista, pero pasa corriendo por ahí. Los astilleros de lo que podría ser un puerto mercante europeo de primer orden, se encuentran al borde del colapso, verbigracia de la omnipresente corrupción y de un proceso de desindustrialización que a nadie, políticos o votantes, le importa un bledo. Hay un tren de mercancías que es incapaz de llegar hasta el cogollo del puerto, anulando todas las ventajas logísticas del mismo, rematado por una escasez crónica de capacidad de almacenaje. "Chabolismo industrial", lo llaman. Hay un castillo increíble (el de San Sebastian para más señas) ocupado por... un desastrado y diminuto laboratorio anexo de la universidad, rodeado de escombros y toneladas de descampado. Lo que en cualquier otra ciudad sería una atracción turística de primer orden, un auditorio o  un centro de convenciones ahí es... nada. El espectacular balneario de la playa de la Caleta, está usado por un puñado de tristes oficinas burocráticas gubernamental, aún siendo un edificio que despide glamour, ideal para convertirlo en un lugar de uso ciudadano y montar qué sé yo, un elegante museo público, un balneario como antaño algo que pueda disfrutar la gente... pues no. En vez de eso, la nada más absoluta, otra vez más. Los barcos de los pescadores están en puerto la mayor parte del tiempo, verbigracia de nuestra política del avestruz a la hora de lidiar con marruecos y los derechos de pesca en los caladeros saharauis. A pesar de tener zonas despobladas en el centro, Cádiz tiene una  densidad de población por las nubes y unos precios del suelo a la par: la ley de costas prohíbe ampliar la extensión de la misma, así que hemos creado nosotros solitos un problema irresoluble. Bravo. Así suma y sigue: Ni una sola virtud sin su correspondiente zancadilla autoimpuesta.

¡Oficinas de gobierno a pie de playa en un balneario del siglo XIX! ¡Justo lo que necesitaba!
Todo lo anterior da para darse cabezazos contra la pared hasta abrir un boquete digno de tuneladora, es verdad. Pero también me produce una extraña sensación de esperanza. Porque todo eso son grandes problemas, cierto, pero son grandes problemas creados una suma de pequeñas imbecilidades. No es la sensación de "yo esto lo arreglaba en dos patadas" propia de las tertulias de bar, si no la certeza profunda de que no es una maldición irresoluble. No es nuestro sino. Cádiz, al igual que España entera, tiene un enorme potencial desperdiciado, pero nada de eso es inevitable ni irreversible, nada de eso es una maldición eterna. La llamada tacita de plata nos parece de latón porque está cubierta de capas de suciedad, abolladuras y mierda, pero sigue siendo eso mismo: plata pura.

Con un par de políticas y medidas puntuales bien diseñadas, se podría solucionar gran parte de los males que aquejan a la ciudad gaditana y a España misma. Con una acción más continuada,  estudiada y trabajada, se podría incluso superar problemas que llevamos arrastrando desde hace siglos y que a día de hoy consideramos irresolubles, y construir así una gran ciudad. E incluso si me apuran, podríamos llegar construir un gran país.

Brilla, tacita de plata, brilla.


Próximo artículo: Construyendo España, esta vez en positivo.

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