martes, 8 de septiembre de 2020

La responsabilidad de gobernar es tuya y sólo tuya

 De un tiempo a esta parte, se ha puesto muy de moda en occidente las campañas de “concienciación social” que apelan a “la responsabilidad cívica” y a la colaboración ciudadana para solucionar los grandes males del mundo. En todo el mundo civilizado se multiplican las campañas bienhechoras para que nosotros, el ciudadano de a pie, ahorremos agua, acabemos con las expresiones racistas o separemos residuos.

El paroxismo de estas campañas que apelan a la responsabilidad personal han llegado con la pandemia de la COVID, momento en el cual las autoridades se ven forzadas a imponer una multitud de medidas que requieren de una estrecha colaboración ciudadana: Llevar mascarilla, mantener distancia social, turnos para salir a pasear, y un largo etc.

    Es útil, pero claramente insuficiente


Pero resulta que ¡Ay! En España, a pesar de esas medidas, se produce una segunda ola de contagios, la más virulenta de toda Europa, a pesar de que otros países tienen medidas más relajadas que las nuestras, y a pesar de que con los datos en la mano (movilidad de smartphones, cortesía de Google, nuestro gran hermano favorito) hemos sido de la ciudadanía más cumplidora de las normas y el confinamiento.


¿Qué ha ocurrido aquí? La primera reacción del español de a pie ha sido echarse la culpa de lo sucedido, en vez de pedir responsabilidades a sus líderes, que han fallado de manera espectacular en un momento crítico.


Para muchos, la culpa de la segunda oleada la tienen aquellos chavales que viste haciendo botellón en el parque, o el tipo aquel que iba haciendo deporte sin mascarilla. En el resto del mundo, claro, nada de eso ocurre, todo el mundo cumple las normas a rajatabla y son ciudadanos modelo. Además que aquí tenemos el agravante de la creencia arraigada de que España es el peor país del mundo, y los españoles, los peores ciudadanos posibles, lo que facilita la consolidación de esa narrativa auto flagelante con todavía más virulencia si cabe. Así pues, la opinión pública exime totalmente del fracaso a sus dirigentes, centrándose en aquello que ven de primera mano y entienden sin necesidad de formación (gente fallando a la hora de cumplir normativas) en vez de pararse a analizar aquello que no ven y que requiere de formación para entender (protocolos sanitarios en hospitales, equipos de rastreo, refuerzo de plantillas, etc).


Eso no es una característica exclusiva de los españoles ni una anomalía casual: La narrativa de apelar a la responsabilidad personal del ciudadano está funcionando tal y como se diseñó para que se funcionara.


Esa narrativa, que se ha extendido en prácticamente todo occidente, es poderosa y sobre todo tremendamente útil para las élites de una democracia, porque su mensaje real queda implícito, en vez de decirse de manera explícita: Si todo depende de ti… entonces el fracaso de estas políticas también dependen de ti, el gobernado. No del gobernante. El gobernante no está para hacer política o gobernar con los resortes del estado: Sólo para mandarte hacer cosas a título personal.


Así pues, el “líder” de turno puede achacar el fracaso de sus políticas (o directamente, la falta de ellas) a sus gobernados. Ellos lo intentan, nuestros pobres, pobres gobernantes: Te dicen que tienes que llevar mascarilla y que no seas tan racista y que recicles ¿Qué más pueden hacer ellos, oh, lastimeros y desamparados líderes sin poder alguno para cambiar la realidad? Si no cambias tú ¿cómo va a cambiar nada?


Esta es una narrativa brutalmente hipócrita, y que se aprovecha, sobre todo, del desconocimiento por parte del ciudadano de a pie de lo que es una élite o un líder, de cuales son los problemas estructurales de la sociedad, de cómo la legislación influye en el comportamiento humano, o de cuál es el rol del gobierno y las leyes.


Para empezar, esa narrativa se basa en la falsa creencia de que en democracia “gobierna el pueblo”. El pueblo no gobierna en una democracia, a pesar de la raíz etimológica de la palabra. Elige a sus gobernantes para que gobierne por ellos, de ahí que se denomine a nuestro sistema de gobierno “democracia representativa”. Cuando un gobernante es elegido democráticamente pero luego se niega a gobernar, está rompiendo su parte del contrato social. Si no quiere tener el deber de gobernar, la manera honesta de abdicar de esa responsabilidad es no presentarse a las elecciones. Es como si tú contrataras a un fontanero, y este, después de haberle pagado, te saliera con que en el fondo, en un sistema capitalista quien tiene el poder de verdad es el cliente, así que lo suyo es que seas tú el que te repares el grifo solito (después de haberle pagado a él, claro). 


Para continuar, la gente ignora para qué sirve el estado. La humanidad, desde que surge la civilización, crea estados para que dichas organizaciones lidien con problemas sociales que son imposibles de solucionar a escala individual. Y dichos estados legislan, es decir, crean leyes precisamente para cambiar comportamientos humanos imposibles de modificar mediante la buena voluntad.


Las élites de las democracias modernas, sin embargo, han renunciado a gobernar pero sin desocupar sus cargos, y para lograr mantener semejante entelequia, necesitan convencerte de que leyes, gobierno y líderes son instrumentos incapaces de conseguir ningún cambio real. Que son inútiles. Según esa narrativa posmoderna y muy americana (y muy libertariana), las instituciones y el gobierno no sirven para nada, se crearon para decorar o colocar burócratas. Sólo el heroico individuo, aislado y atomizado en una isla desierta, o colaborando con otros individuos pero a nivel superficial (es decir, nada de crear organizaciones ni instituciones) es quien va a cambiarlo todo a base de su buena actitud, compromiso y fuerza de voluntad. Qué bonito suena, y qué falso y dañino resulta semejante creencia voluntarista, que no liberal.


Verán, yo puedo separar la basura para reciclar, ponerme la mascarilla durante la pandemia, o intentar vencer mis prejuicios personales. Y lo hago, sin importar si nuestros dirigentes cumplen su parte o no: eso no es excusa para ser un irresponsable. Pero yo no puedo construir plantas de reciclaje, organizar equipos de rastreo de infectados o reformar la policía para combatir el racismo estructural. Esa no es mi labor, y esa no es mi parte del contrato social. Y esa es la parte más importante de dicho contrato, precisamente porque es imposible de lograr para el individuo. Influir en la sociedad era algo tan y tan difícil, que nos organizamos entre los individuos para crear un estado y gobierno, justo para que se encargara de estos temas. Las élites gobernantes de las democracias occidentales, sin embargo, al abrazar de manera completamente cínica el discurso de la responsabilidad personal, del “todo depende de tí”, lo que buscan es precisamente eso: Eximirse de no poner ellos los medios necesarios para solucionar los problemas estructurales. Es decir, poder escurrir el bulto y evitar hacer el trabajo para el cual se les ha elegido.


Ahorrarse la construcción de la planta de reciclaje, ahorrarse el marrón de reformar la policía, ahorrarse las cuatro perras que costaría montar equipos de rastreo con suficiente personal, y así un largo etcétera de cosas que o bien costarían dinero público, o bien necesitan de capital político y crearían un conflicto entre las propias élites.


El discurso de la responsabilidad personal huelga decir que también se ve ayudado en gran medida gracias a la ignorancia del grueso de población en temas de gobernanza y sobre el origen de los problemas que les afectan: Si desconoces cuánto dinero dedica el estado a cada área del presupuesto, si no sabes qué competencias tiene tu ayuntamiento y cuales son del estado central y el regional, si no entiendes las causas de temas complejos como la desindustrialización o el calentamiento global, les resultará muy fácil a tus gobernantes convencerte de que las causa de todos y cada uno de esos problemas es muy sencilla:Tú


Y solamente tú.


No, no, siéntate tú ahí, que a mi me da la risa


Como muestra un botón: Poca gente sabe que tan sólo usamos un 10% de todo el agua del país para el consumo doméstico de nuestros hogares, pero eso no impedirá que tu gobernante haga una campaña para pedirte que por favor, no tires tanto de la cadena y ahorres agua. Esa es claramente, una solución mucho más cómoda para tu gobernante y menos conflictiva que que legislar a agricultores e industriales sobre el uso que le dan a ese 90% restante del agua. Regular ese tema les supondría tener que enfrentarse a otras élites,  generando conflictos de interés entre ellas. Pero el discurso de la “responsabilidad personal” del ciudadano, les permite ahorrarse ese conflicto y mantener la situación actual sin que parezca que realmente no quieren cambiarla: No amigos, la culpa de la desertización la tienes tú por todas esas veces que decidiste ducharte una segunda vez en el mismo día caluroso o plantar un pino especialmente colosal en el váter. Y así con todo.


Ese relato falsamente responsable y apoyado en la filosofía voluntarista de autoayuda. que pinta a la voluntad personal como gran hacedor del cambio en el mundo, permite a las élites suprimir el aparato del estado mediante su desuso, y sobre todo, mantenerse en el poder, pero sin ejercer el poder, vendiéndose como damnificados por la muy malvada, irresponsable e imperfecta sociedad, adoptando el rol de víctimas, convenciéndote de que son figuras meramente decorativas, impotentes para lograr ningún cambio sustancial en la sociedad, que, ah, lástima, tiene vida y voluntad propia que ellos no controlan ni pueden modificar. En un discurso tan falso como puritano, aducen que mientras sigan existiendo ciudadanos que sean incívicos y no hagan su parte sin fallo alguno (cosa que siempre sucederá, ya que el ser humano es imperfecto por naturaleza) ellos no podrán cambiar la sociedad.


Vamos, que ellos no podrán gobernar ni efectuar reformas, es decir, no pueden hacer su puto trabajo hasta que todas y cada una de las personas de tu país hayan alcanzado nada menos que la perfección de espíritu. Mientras tanto, esas pobres élites podrán ocupar sillones y cargos y cobrar nóminas y mandar mucho y aparecer por la televisión y decirte muchas cosas sobre qué deberías hacer con tu vida personal. Pero de ahí a gobernar, legislar y crear reformas estructurales, hay un trecho.  No en vano, eso supondría -gasp- cambios reales en la sociedad. Y ellos como élite que son, son puro statu quo. No les interesa  que funcionen esos resortes del estado, no les interesa que alguien use la legislación o instituciones para cambiar el status quo, mejor que cojan polvo. Ellos están muy cómodos “concienciando a la ciudadanía”, a sabiendas de que eso es inefectivo porque verán, esa era la idea desde un principio: que todo siga igual, pero sin que parezca que en efecto, les da igual que todo siga igual.


Arriba, Jesucristo felicitando a uno de sus discípulos por acabar con en paro estructural él solito. La gente del fondo aclama al héroe por su indómita fuerza de voluntad


Así pues, el mundo actual vive sumido en una de las paradojas más diabólicas que puedan existir para un liberal: Las élites delegan su responsabilidad en el ciudadano, a base de apelar a la responsabilidad personal y sentimiento de culpa de este. De ese modo, dichas élites pueden abdicar de su responsabilidad, renunciar a sus deberes de gobernantes y aplazar de manera indefinida las reformas estructurales que necesita la sociedad pero que amenazan su statu quo.


¿Qué mejor manera de evitar el desgaste del poder, que renunciar a ejercerlo pero sin desocuparlo? ¿Qué mejor manera de dominar al ciudadano que convencerle de que es él quien manda, y no ellos? ¿Qué mejor manera de disfrazar los fracasos del poder, que convencer a quien ni tiene el poder ni gobierna, de que todo depende de él, halagándole al decirle que es poderoso, y culpandole al mismo tiempo? ¿qué mejor estatus que ser una poderosa élite y al mismo tiempo, que te vean como una víctima impotente, con todas las ventajas de ser un gobernante, pero sin ninguno de sus deberes y obligaciones? ¿Existe algo más cínico que eso? ¿existe un peor tipo de élite?


- Extracto de ensayo político sin título.

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