martes, 12 de febrero de 2013

La dimisión del Papa y el futuro de la Iglesia Católica

Es lo que tienen las noticias repentinas, que a uno le fastidian el artículo que tenía pensado escribir. Pero oye ¡Así salen los escritos expontáneos! Resulta que Benedicto XVI ha dimitido por sorpresa, debido a motivos de salud. Frente a todos los partidarios de las conspiraciones, yo creo que la dimisión es bastante creíble, entre otras cosas porque al contrario de lo que sucedía en el 1415 (que fue cuando dimitió el último Papa) en este Siglo XXI el Papa además de ser el lider de la Iglesia Católica, también es un icono mediático. Y no queda nada mediático un Papa muriéndose poco a poco delante de las cámaras, por lo que francamente, creo que ha tomado una buena decisión.

Dicho esto, ahora se abre la parte más interesante de todo este proceso: ¿quién sustituirá a Benedicto? Esa pregunta tiene mucha más enjundia que un simple juego de poltronas medieval, ya que no estamos hablando de cambiar un rostro por otro...

La escultura esta parece enteramente sacada de un jefe del Final Fantasy



Benedicto era un Papa de transición, todo el mundo lo sabía. No demasiado polémico, ni demasiado mediático, ni demasiado joven. Representaba a una línea continuista que no desagradaba a ninguna corriente católica en particular, y su labor era "dejarlo todo como estaba" a la espera de que la Iglesia Católica definiera su estrategia para el siglo XXI, si es que tenía alguna. Y por fin este momento ha llegado: la institución político-religiosa más antigua de occidente está a punto de mostrar sus cartas. Está claro que la trascendencia de esta elección va a ir más allá de los propios fieles de la iglesia. Yo siempre he sostenido que la Iglesia Católica actual atesora una increíble capacidad para el cambio social, desgraciadamente desaprovechada y adormilada por la propia curia. Que la Iglesia en sí misma cambia poco (es lo que tienen las jerarquías milenarias) pero que su poder para cambiar a la sociedad no es moco de pavo. Al fin de cuentas, no hay aliciente para el cambio personal más poderoso que la religión, y aunque en nuestro primer mundo lo único que brillan son los escándalos de los altos prelados, lo cierto es que esta institución se mantiene gracias al ingente trabajo de curritos y misioneros anónimos a pie de obra que se baten el cobre en condiciones verdaderamente extremas a lo largo y ancho del planeta. Así pues ¿qué va a hacer la curia romana con todo ese potencial humano adormecido?

A mi modo de ver, existen cuatro caminos distintos por los que puede discurrir el futuro de la Iglesia Católica, y todos ellos poseen consecuencias que afectarán de una manera u otra a la humanidad en su conjunto. A saber:

1) Giro hacia África. Sin duda alguna, el territorio donde el catolicismo tiene un mayor potencial para la expansión, no sólo por cuestiones demográficas, si no porque la Iglesia tiene ahí algunos de sus mejores valores en forma de misioneros con más huevos que el caballo de Espartero. El cardenal ugandés, Peter Turkson, podría convertirse en el primer  Papa negro de la historia, pero la religión católica se vería transformada mucho más allá de una simple coloración cutánea. Para empezar un giro hacia África pasaría por tres cambios fundamentales: primero, un menor eurocentrismo en la Iglesia, reconociendo tácitamente que oye, que nadie es profeta en su tierra y que el lugar que la vio nacer cada vez pasa más de ellos por lo que ¿por qué seguir preocupándose por la vieja Europa? Por otro lado, veríamos a una Iglesia católica necesariamente más combativa en temas económicos y sociales, básicamente porque a la fuerza ahorcan: difícilmente vas a conseguir clientela africana riéndole las gracias al FMI y demás clubes de blanquitos adinerados. Y por último, una tercera consecuencia un tanto... inquietante: seguramente veríamos endurecerse las posiciones "sociales" de la Iglesia en lo que respeta a la homosexualidad y el aborto, o lo que hablábamos de adaptar el mensaje al cliente: el tercer mundo no es un lugar donde la tolerancia sexual cotice en alza. Lo siento por los amantes de lo políticamente correcto, pero "pobreza" y "tolerancia hacia la homosexualidad" son conceptos que rara vez suelen ir aparejados. Así que lo dicho: un giro hacia África transformaría a la Iglesia Católica de un modo un tanto inesperado, qué duda cabe.

2) Giro hacia China. O la apuesta de "doble o nada". Este puede ser un movimiento que puede salir muy bien, o que puede traer un increíble dolor de cabeza a la ICAR. Para el que no lo sepa, China tiene ya su propio Papa esponsorizado por el partido comunista chino (socialismo del Siglo XXI: esa ideología tan y tan flexible). En efecto, el gobierno chino decidió que le gustaba la idea de la Iglesia, pero no tanto la idea de un culto religioso con base en Europa, así que decidió montar su propio Papa made in China, maniobra que ya hizo en su momento con el Dalai Lama. Un Papa chino o de fuertes lazos con esa región cambiaría la dinámica religiosa del gigante asiático, tanto para bien como para mal. Por un lado, el gobierno chino seguramente se sentiría amenazado (es lo que tiene ser una dictadura paranoide de partido único), y es posible que los feligreses chinos fueran más estrechamente vigilados si cabe por las autoridades del país. Por otro, semejante espaldarazo y apuesta por sería una muy buena manera de poner en la picota internacional la persecución religiosa practicada por el gobierno chino, no sólo dirigida hacia los católicos, si no hacia prácticamente todas las minorías religiosas del país, en especial las residentes en la zona del Tíbet y el Uigur. Con un movimiento así la Iglesia estaría diciendo al mundo que sigue no se achanta con los más grandes, y que sigue dispuesta a jugar duro con los pesos pesados de la política en la piscina de los mayores. Ahora bien, cuidado que no se lleve una aguadilla, su santidad...

3) Modernización y vuelta a Europa y EEUU.  Si finalmente la Iglesia decide recuperar a sus clientes "de toda la vida" (es decir, los residentes en occidente), necesariamente tendrán que pasar por el aro de la reforma. Si bien es cierto que la doctrina de la Iglesia no es un chicle que se pueda estirar a conveniencia para satisfacer modas, sí que tiene una capacidad de adaptación mayor que la que le asignan sus críticos. Mientras que desde un punto de vista teológico cuestiones como el aborto o la homosexualidad son complicados de modificar (aunque no inamovibles) sí que hay una multitud de aspectos en los que la Iglesia puede evolucionar sin sacrificar ningún principio fundamental y básico, como lo sería el celibato de los curas (ya hay países en los que no es un requisito), la posibilidad de incorporar a la mujer en su jerarquías (aquí hay poco o ningún conflicto doctrinal) o una posición más pragmática respecto a los métodos anticonceptivos (ahí está el cardenal Turkson defendiendo el uso del condón, instrumento que huelga decir, no aparece ni una sola vez citado en la Biblia). En definitiva: hay un margen interesante para adaptarse al Siglo XXI sin tirar los principios fundamentales por la borda. Pongan a un Papa joven y con donaire mediático estilo Juan Pablo II, y ahí tienen savia nueva para muchos años.

4) Quedarse como estaban. De todas las opciones, esta sería la más lamentable de todas. Desgraciadamente, también es la más probable. Creo que es más que obvio señalar que el éxito de una religión puede medirse por el número de sus fieles. Hay que ser autocríticos señores: hay algo que va mal cuando se están perdiendo devotos a la velocidad que la Iglesia lo está haciendo. Sin embargo, la impresión que tengo es que la alta jerarquía católica no parece preocuparse lo más mínimo por el descenso de vocaciones y conversiones. Eso sería un craso error. Como ya he dicho al principio del artículo: la Iglesia tiene un potencial y capital humano tremendo que puede ser empleado para El Bien, con mayúsculas. Sería una pena que las altas esferas de la Iglesia dejaran que dicho potencial se cubra de polvo como un bonito cuadro en el museo vaticano. El mundo se merece algo más que eso.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Pues, chico, en este caso no estoy de acuerdo contigo. Analizas las cosas demasiado “desde fuera”, obviando tanto la dimensión como el carácter de la institución de la que hablas. Esas cuatro líneas ya se están llevando a cabo en este momento y todas a la vez por diversas cordadas. Y otras cuantas más también. Pero es que además implicas relaciones causa-efecto donde no las hay. El giro a África, por ejemplo, no necesita, ni requiere, ni en muchos casos se beneficiaría de, la elección de Tukson. Y se te olvida Latinoamérica, que es el presente de la Iglesia. Aparte de que, entre nosotros, que la Iglesia se quede como está y (lo que implica que siga evolucionando lenta pero establemente) puede que no sea tan mala idea si la comparas con las consecuencias que podría tener un cisma motivado por cambios demasiado rápidos.
Creo honestamente que confundes la iglesia con una especie de partido político “a lo bestia” cuando en realidad no tiene nada que ver. Toda esa gente con todo ese poder de verdad se creen lo que dicen y reaccionarán a la realidad siempre tamizando los datos tras sus creencias. “Todo el mundo opina que el celibato es innecesario” o “negar el acceso a las mujeres al sacerdocio es un comportamiento medieval” no tiene por qué ser relevante (de hecho no lo es) a la hora de que un Príncipe de la Iglesia decida a quien apoyar. Lo que importa no es cuanta gente opina que lo estoy haciendo bien, sino si yo creo que Dios opina que lo estoy haciendo bien. Y, créeme, a esos niveles los argumentos para defender la posición de uno dan sopas con honda a lo que “la mayoría” opina y son muy difícilmente discutibles a través de la lógica. Para muestra, un botón de aficionado.
No, las cosas no son tan simples como las pintas. Que se vean así de simples desde fuera por mucha gente, quizá, pero la Iglesia no es el Templo.

Ikael dijo...

Has hecho observaciones muy agudas, Arth, sobre todo en lo que respecta a latinoamérica, una opción que merece ser analizada en profundidad.

Sí, ya sé que la Iglesia católica es, ante todo y sobre todo, un ente religioso antes que institucional (verás que en el análisis de las posibles reformas a realizar, en ningún momento me lío la manta a la cabeza: hay artículos que son de FÉ y punto). Y en efecto, a la iglesia la popularidad de una idea o no entre sus fieles se la pela, hablando en plata. Doctrina > popularidad

Pero lo que no se la pela tanto (o no debería) es la caída en picado de fieles. Porque ahí sí que no caben artículos de fé: es complicado creer que Dios está de tu parte si cada vez hay menos gente contigo. De ahí que se impone un giro de timón, no necesariamente doctrinal, si no puramente estratégico.

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