miércoles, 20 de agosto de 2014

El dilema de la identidad común en el siglo XXI

Siempre me ha hecho mucha gracia la visión que el ser humano de "a pie" ha tenido del nacionalismo, en contraste con la de las élites que lo han gobernado. Para los grandes intelectuales y una buena parte de la clase política de finales del Siglo XX, el dilema identitario estaba más que resuelto. El nacionalismo que tantas guerras había causado, era un animal en vías de extinción atacado en dos frentes: por un lado, el internacionalismo comunista y por otro, la imparable globalización capitalista. Pero para el ciudadano de a pie, ese discurso grandilocuente y cosmopolita de sus élites nunca tuvo ningún sentido, como bien viene a demostrar el resurgimiento del nacionalismo en pleno siglo XXI, y de los mil y un movimientos políticos como el islamismo que giran entorno de identidades religiosas. Este tema no es moco de pavo. La identidad es el gran dilema de nuestros tiempos tiempos, y aunque el nacionalismo no sea necesariamente la respuesta correcta a este problema, sigue siendo la respuesta que tenemos ahora. La pregunta es: Si el nacionalismo local es una idea trasnochada y arcaica según los intelectuales, y si eso de la multiculturalidad del mundo globalizado es una idea blanda e incapaz de generar pasión alguna según el pueblo llano ¿Dónde nos deja eso ahora?
En estas nos encontramos ahora





Y es que el dilema de la identidad grupal es tan viejo como el ser humano, y tan natural como la dinámica "los nuestros VS los de fuera" que tanto ha definido a la psique humana. El ser humano necesita pertenecer a un grupo, como bien detectó Mashlow. Y los estados y jerarquías de poder actuales necesitan ahora más que nunca de la cooperación voluntaria de los gobernados. Para que los humanos logremos cosas necesitamos trabajar en equipo, y para trabajar en equipo necesitamos algo que nos motive: la identidad de grupo y su pertenencia a este. Normal que esa haya sido una de las principales cuestiones que han movido la historia de la humanidad.

Y digo "movido", porque se ha tratado de algo bien dinámico. En contra de la visión extendida entre los españoles, eso de las nacionalidades y el organizarse a través de naciones no es algo "natural" ni eterno, ni ha sido así desde la noche de los tiempos, por mucho que caigamos en el "como ahora es así, seguro que siempre ha sido así". Nada más lejos de la realidad. El nacionalismo es una ideología que surgió hace dos días, al albur de la revolución francesa, y es tan sólo una de las muchas ideas que ha tenido el ser humano a lo largo de la historia para formar grupos y crear lealtad hacia el estado. A poco que se analice, uno ve que los seres humanos nos hemos agrupado siguiendo las coordenadas que más nos han convenido en cada momento, como sanos oportunistas que somos.

Recapitulando: el "nosotros" a lo largo de la historia

Cuando éramos poco menos que trogloditas, la cosa estaba clara: la unidad de grupo la definía la familia. A medida que esta creció gracias a la caza y el forrajeo, se pasó al clan y la tribu, una especie de "familia extendida". Nos volvimos sedentarios , y entonces resulta que no sólo había que defender a la familia si no que también el terreno que pisábamos y nos daba de comer y que se necesitaba de no una, si no de muchas familias para que aquello funcionara: adelante con las ciudades-estado. Después, vimos que oye, vivíamos mejor cuando disponíamos de los recursos de otras tierras más allá de las que veíamos. Había muchas ciudades-estado en ese "nosotros": adelante con los primeros reinos e imperios. Las dinastías gobernantes echaron mano entonces al primer  "agente aglutinador" de la solidaridad común para que uno lograra simpatizar con un tipo extraño que no fuera primo segundo tuyo: la religión. Esa  gente que vivía más allá de tu aldea o ciudad te tenía que importar porque Dios te lo ordenaba y porque creían en el mismo Dios o panteón de dioses que tú. Lógico que los primeros imperios fueran teocracias (Summer, Babilonia, Egipto, Persia...) y que las monarquías posteriores consistieran simplemente, en una "divinización" del poder estatal (esa figura del Rey o emperador ungido por Dios, tan extendida en oriente como occidente). Este apaño funcionó tan, pero que tan bien, que duró milenios. Pero más adelante la cosa se fué complicando porque resulta que es que empezaba a haber gente de distintas religiones en ese cada vez más grande saco del "nosotros", así que ¡Adelante con los nacionalismos! La revolución francesa fue el tiro de gracia del antiguo modelo o "antiguo régimen". Mucho ateo, católico y protestante mezclados como para que el aparato del estado funcionara bien apelando a la identidad religiosa. Lo que definiría desde entonces el "nosotros" será la tierra, la lengua y las costumbres o folklore, el llamado "carácter nacional", intrínsecamente ligado al paisaje, la cultura y el romanticismo. Aquello funcionó porque por aquel entonces, tanto el individuo como el estado eran algo profundamente arraigado a la Tierra. La gente en 1910, ya con ferrocarriles y barcos de vapor, tenía una movilidad media de tan sólo unos 30km de radio respecto a su lugar de nacimiento: normal que el nacionalismo funcionara en esas condiciones.

Dilemas identitarios: serious business

Nacionalismo obsoleto VS multiculturalidad inútil

Pero ya no estamos en 1910. Con la llegada de la globalización y más importante aún, con la llegada de la inmigración, eso del estado-nación y el nacionalismo han quedado obsoletos e inútiles, por mucho que pataleemos y rabiemos. En el mismo estado convive gente de diversos paisajes, razas, procedencias, lenguas, naciones y culturas. Si "nosotros" es tan sólo quien tiene la misma cultura que yo, acabaré por hacer de mi vecino mi enemigo. Y así, señores, no hay quien conviva ni tenga ningún proyecto común. Que nos lo digan a los españoles si no no me creen. El nacionalismo en nuestro mundo global, lejos de aglutinar a la sociedad como lograba hacer antiguamente, hoy en día lo que produce es justo el efecto opuesto: una mayor división y tensión dentro del propio país.

Pero por otra parte, el tan cacareado multiculturalismo que las élites nos han intentado vender como la panacea a nuestros males globalizados, tampoco ha logrado unificar a ningún pueblo ni solucionar nada en absoluto. Como buena invención anglosajona, es una idea tremendamente individualista. Celebra la idiosincrasia personal y la diferencia de cada uno como algo inherentemente positivo. Lo cual servirá para acariciarnos el ego, pero es imposible que genere ningún tipo de comunidad bajo semejante premisa. Entre otras cosas, porque la diferencia no sólo trae cosas buenas: un psicópata también es alguien muy "diferente" de la tan denostada y aburrida "gente común", por ejemplo. Por otra parte, las apelaciones a una vaga identidad común global con la que se ha intentado mezclar esa oda al individualismo son igualmente fútiles. El vago sentimiento de pertenencia a la llamada "aldea global" sigue sin solucionarnos nada porque verán, puede que uno le guste comer en restaurantes etíopes, navegue por páginas webs yanquis y adore a los escritores japoneses, pero seguimos siendo seres físicos que ocupamos un espacio en un lugar y momento dado, y los servicios estatales, por su propia naturaleza, siguen circunscritos a un territorio. Con quien tengo que llevarme bien es con mi vecino del frente que paga los impuestos de la carretera que uso para llegar hasta mi casa todos los días, no con ese DJ Indo-camerunés tan guay que vive en Australia. Normal que semejante popurrí de ideas sólo sea capaz de atraer a las élites de cada país y a una pequeña burguesía cosmopolita, mientras que causa el rechazo más visceral (cuando no violento) en el pueblo llano y extenso, que las ve como una especie de blandiblub ajeno a sus vidas, cuando no un incomprensible  invasor que ha desplazado y marginalizado a su cultura local.

El respeto por la diferencia en acción
La salida del callejón: el buen vecino cosmopolita. O la cultura accesoria VS la troncal

Así pues ¿Cómo salimos de este embrollo histórico? Algunos autores han aventurado el regreso de las ciudades estado, o la ciudad como agente "identificador" (sentirse más newyorquino que americano, por ejemplo), algunos aventuran el retorno de los grandes imperios y otros hablan incluso de una vuelta la tribu (por amor de Dios: NO).

En medio de tanta obsesión con el pasado y las identificaciones "vintage" como reacción al fracaso de la moderna multiculturalidad, yo creo que es posible encontrar una tercera vía. El cosmopolitanismo debe de abrazarse, pero sin renunciar a algunas lecciones útiles del pasado que, lejos de ser obsoletas, lo que son es imperecederas.

Mi teoría es que cada cultura posee unos elementos definitorios troncales, y otros accesorios, de igual manera que uno puede ser español sin necesidad de que le gusten las sevillanas, pero que difícilmente lo podrá ser si, pongamos, si se casa con tres niñas de diez años para después irse a vivir a un iglú. Lo cuál deviene en otra pregunta ¿Dónde trazamos esa línea entre fundamental VS accesorio? Huelga decir que para todo buen fundamentalista, como bien indica su nombre, nada es accesorio: todo es fundamental. Todo. Si se cambia o pierde cualquier elemento de la cultura, esta se desnaturaliza junto con el resto del país. Ya se sabe, un catalán que no simpatice con el nacionalismo es un botifler, un vasco que no haya nacido en el país vasco es un maketo, un español con acento latinoamericano es un sudaca, esas subnormalidades propias del narcisismo de las pequeñas diferencias que tanto nos gustan.

Pues bien, yo lo tengo claro: lo fundamental son nuestras virtudes y valores nacionales. Es decir, no aquello que nos diferencia per se, si no sólo aquello que nos diferencia en positivo y es útil para la supervivencia y prosperidad de la polis. Lo accesorio viene a ser todo lo demás: vicios, defectos, y sí, las peculiaridades inútiles, también. Aquello que nos diferencia en negativo o simplemente nos diferencia sin aportar nada, debería ser susceptible de ser eliminado o reemplazado. Por poner un ejemplo, el sistema numeral romano es desde luego mucho más "nuestro" que el árabe, pero es también mucho menos práctico así que ¿por qué conservarlo? las corridas de toros son algo muy español, qué duda cabe pero ¿acaso no deja de ser una práctica cruel? De ese modo, la inmigración e integración de gente procedente de otras culturas, pasaría a ser un proceso de mejora lejos de una amenaza: ¿por qué no adoptar aquellos elementos de las culturas extranjeras que nos podrían beneficiar? Estoy muy convencido de que los chinos nos podrían dar lecciones sobre cómo hacer negocios o que podríamos aprender un par de cosas del respeto a los mayores que tienen los latinoamericanos, por poner dos ejemplos.

Sin embargo, eso también funciona a la inversa: no es sólo la sociedad receptora quien se debe adaptar, si no que son los inmigrantes quienes tienen que hacer por adaptarse. En contra del dogma impuesto por la corrección política, esto sólo puede funcionar en ambas direcciones. Todo aquel que quiera pertenecer al "nosotros" tendrá que hacer por adquirir los aspectos positivos de la cultura a la que accede, y desprenderse de los aspectos inútiles de su propia cultura. Y más aún: deberá de adoptar los valores e ideas troncales de las sociedad receptora, andamiaje de dichas virtudes. Sí, en efecto, eso implica una renuncia a una porción de la identidad de ambas partes... para crear una versión mejor de sí mismos que facilite la convivencia.

Arriba, disonancia cognitiva a paladas para muchos

Y como siempre, la pregunta: ¿y si no se quiere? Bien, ahí entra el argumento de la proximidad física: si no se está dispuesto a compartir una serie de valores fundamentales y aspectos "troncales" de la cultura receptora como la laicidad, el respeto a la individualidad personal o la lealtad al gobierno común: puerta. Sin acritud. No pasa absolutamente nada, y es lo mejor para ambas partes: nadie se ve de esa manera forzado a vivir en un lugar a disgusto, la sociedad receptora no se ve forzada a cambiar a peor para acomodar a "todo el mundo" ¡Todos ganan! Los totalitarismos, fobias diversas y apelaciones al clan por encima de la polis, no deberían tener cabida en la misma. El fundamentalismo religioso, el etnonacionalismo o el totalitarismo político son en efecto, maneras "diferentes" de pensar. Pero eso no las dota de respetabilidad, pues son una manera de pensar que no tiene cabida en ninguna sociedad civilizada, así que ya se pueden ir a freír puñetas con viento fresco, diga lo que diga la corrección política y su tolerancia ciega: si quieres pertenecer al "nosotros", no vale todo ni "todas las opiniones son iguales". Dotemos de músculo ideológico duro, liberal y clásico al "nosotros", antes que una serie de lugares comunes postmodernos.

Pero ojo, que una vez más, esta idea debe de aplicarse de manera bidireccional, el razonamiento también funciona a la inversa: si por avatares del destino o la circunstancia, un grupo de personas se ven en la tesitura de compartir proximidad física y "gubernamental", lo suyo es hacer por apelar a valores troncales y culturales comunes en vez de diferenciales, independientemente de que te guste o no. Es decir, una vez más, poner el sentido práctico (necesidad de convivencia y llevarse bien con el que tienes al lado) por encima del romanticismo y el ego (necesidad de diferencia). Sí, en efecto, el "nosotros" del mundo globalizado y de la proximidad física, haya aumentado mucho más de radio que antes. Si viajas semanalmente a Ámsterdam en cuestión de horas y tus compañeros de trabajo son catalanes, verás, es el momento de buscar puntos en común con esas personas con las que ocupas espacio vital, no de hacerte turbopajas sobre que te diferencia de los mismos.

En definitiva: "Ven con nosotros, si compartes nuestros valores y quieres aprender nuestras virtudes" suena bastante más atractivo que "forma parte de la aldea global" o "¿cómo que no quieres ser exactamente igual que yo?". Apelemos a la adquisición de ideas útiles y comunes; y a la  necesidad de convivencia generada por compartir a un paisaje, en vez perdernos en sub-sub tribus individualistas, lazos de sangre, nociones románticas sobre el cómo me siento, o el intelectualmente perezoso "todo vale".

O de lo contrario, ese "nosotros" pasará a ser "los míos". Y créanme: la tribu nunca ha sido la respuesta a nada.

2 comentarios:

Ortiga dijo...

Muy interesante =) Me encantan tus entradas (qué pena que actualices normalmente tan de pascuas a ramos... ^^').

Lo malo del sistema que propones, que me parece muy lógico, razonable y deseable, es que, para que funcione, tiene que ser compartido por un número importante de personas (obvio y evidente). Y eso no siempre se cumple, por desgracia =S

Ikael dijo...

No puedo actualizar tan a menudo como me gustaría debido a que no cuento con un tremendo equipo de malas hierbas que me ayude ;) pero gracias por el cumplido ^^

La idea que expongo aquí, lo hago precisamente para ver si resulta atractiva para la gente. De no ser así... no tiene ningún futuro. Todo aquello que necesite del "si todo el mundo pensara así o asao" está abocado al fracaso. Yo lo que intento con este artículo es ver si esa propuesta resulta más atractiva que el cosmopolitanismo y el nacionalismo al uso, vaya.

Es decir: como ciudadano "receptor" de inmigrantes ¿A que mola el que la gente venga a tu país no sólo a trabajar o visitarlo, si no a mejorar como personas con las características positivas que tú posees? Y viceversa: como emigrante ¿no te gustaría ir a otro país no sólo con la intención de ganarte la vida en un país próspero, si no de adquirir esas cualidades de su pueblo que lo han conducido a la prosperidad? ¿O seguimos con el "yo sigo aquí / me he ido para allá porque sí"?

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